Literatura inmortal
La leyenda de Balder
(Completa)
Los «escaldas», poetas primitivos de Islandia
y Noruega, cantaron la vida de los doce dioses escandinavos, hijos de Odín. Sus
cantos forman el libro de los «Eddas». He aquí la palabra y el acento del viejo
libro sagrado en el canto llamado «Voluspa»,
donde se cuenta la leyenda del joven Balder, dios de la luz.
En la séptima estancia del cielo escandinavo,
allí vive Balder, el más joven y bello
de los dioses. Lleva una corona de hojas blancas y ramas verdes. Sus ojos
azules son inmensos como el mar; sus
vestiduras blancas deslumbran como la nieve con sol, y al paso de sus sandalias
canta el pájaro y crece la yerba azul. Jamás ha caído una mancha, de lodo ni de
sangre, en la mansión de Balder.
Es el hijo predilecto de Odín, padre de los
dioses y de Friga, la Madre Tierra. Es la alegría de sus hermanos, todos más
fuertes y más oscuros que él, señores del trueno y del fuego, de la música y
del arco iris, de la sombra y de los desiertos helados. Y es el esposo de Nana,
la diosa de las flores, que canta siempre en los jardines celestes, tejiendo la
corona que todas las mañanas ha de entregar al amado. Una noche Balder tuvo un
sueño terrible. Soñó que moría a traición a manos de uno de sus hermanos,
y vio su reino azul teñido de sangre.
Por la mañana se levantó lleno de angustia.
Sus ojos estaban empañados de bruma.
Cogió tristemente la corona de hojas que Nana le tendía de rodillas y, sin
besar a la esposa, se alejó en silencio
en busca de su padre. Nana se apretó las manos sobre el corazón. Era la primera
vez que Balder no lanzaba su risa clara sobre el amanecer.
En su tienda de plata del Valhalla está Odín,
señor de ¬las batallas. Blanca es su barba y azul el largo manto. En la diestra
sostiene la lanza de fresno con la que domina al mundo. Y luce en la izquierda
el brazalete de oro que hicieron para él los nibelungos[1] . No tiene más que
un ojo[2]. Sobre sus hombros se posan los cuervos de la sabiduría y a sus pies
vigila un lobo.
Balder entra lentamente en el Walhalla. Ha
atravesado el bosque de hojas de oro que rodea la muralla, ha franqueado la
puerta custodiada por las águilas y penetra en la inmensa sala cuya alta
techumbre de escudos sostienen las lanzas de los héroes.
Los guerreros, ante sus tiendas de roble y
pieles de oro, encienden fuego con sus espadas, y las valkirias ordeñan para
ellos el divino hidromiel en la ubre de la cabra sagrada.
Odín ha escuchado de labios de su hijo el
terrible sueño. Nada responde, y medita hundiendo su barba en el pecho; la
lanza de fresno tiembla estremecida en su mano. Después se levanta, ensilla su
caballo y, clavándole la espuela, se lanza por la puerta del Norte hacia el
país de la niebla.
El dios de las batallas va a consultar a una
antigua sacerdotisa dormida desde hace cien años entre los hielos. Su caballo
vuela sobre la tempestad; lleva grabadas en los cascos las sagradas
runas[3] y por eso sus patas no tocan en
el suelo.
Cuando llega a los altos hielos sale a
recibirle el Perro de la Muerte con el pecho ensangrentado y aullando
lúgubremente. Pero Odín no se detiene; salta sobre el perro fatídico y va a
llamar con su lanza en la tumba de la sacerdotisa. Tan fuerte es el golpe, que
el sueño de cien años se quiebra.
— ¿Quién se atreve a romper mi silencio?
—Soy Odín, tu señor. Mi hijo Balder ha tenido
un sueño terrible...
—Lo sé —responde la sacerdotisa—. Pero Balder
no ha soñado más que la verdad. Su propio hermano le matará sin saberlo, y la
mansión azul se teñirá de sangre. Alguien está ahora mismo meditando la
traición.
—¡No quiero que muera Balder! —grita el dios.
Pero la sacerdotisa blanca no se turba. Con
los ojos quietos, sin mover los labios, responde:
—De nada sirve tu poder. Podrás desterrar de
tu lado a todos los dioses y los héroes; podrás castigar al culpable. Pero el
Destino es superior a ti. Balder morirá. Y ahora vuelve a tu reino, Odín.
Quiero dormir de nuevo y no pronunciaré más palabras.
—Aguarda, ¡oh sacerdotisa! Dime, al menos,
quien es el traidor.
Pero la sacerdotisa se reclinó de espaldas en
la nieve y cerró los ojos. Una capa de hielo cubría sus labios y sus vestidos.
Mientras su padre hacía el viaje al Norte,
Balder fue en busca de su madre Friga y le contó el triste presagio. Friga
lloró abrazada a su hijo. Pero de pronto sus ojos brillaron alegremente:
—No morirás, hijo mío. ¡Yo te salvaré!
Friga recorrió aquella mañana todo el cielo y
la tierra. Buscó al rayo y le dijo:
—Rayo: júrame que no matarás a mi hijo Balder.
Y el rayo juró.
—Lobo: júrame que no matarás a mi hijo Balder.
Y el lobo juró.
—Piedra: júrame que no matarás a mi hijo
Balder.
Y la piedra juró. Y por amor de Friga juraron
todos los metales, y el fuego y el agua y todas las enfermedades, y las fieras
y las aves y los peces. Y juraron también las serpientes, y todo lo que se
arrastra.
Entonces la diosa volvió radiante al lado de
su hijo, diciendo:
—El mal sueño se ha desvanecido. Ya eres
invulnerable contra todo.
Y la risa de Balder estremeció de nuevo,
gozosamente, las nubes.
Cuando la tarde caía, y sus hermanos iban
llegando, Balder los llamaba alegremente, desafiándolos a herirle con sus
armas. El primero en llegar fue Tyr, el dios de la victoria, con su larga lanza
de cobre y su estandarte de púrpura.
—Hiéreme con tu lanza, Tyr —gritaba Balder.
Pero la lanza se embotaba en su carne.
Después llegó Heimdal, el dios del arco iris,
con sus flechas de plata y su estandarte de siete colores.
—Hiéreme con tus flechas, Heimdal —gritaba
Balder.
Pero las flechas, resbalaban sobre su carne.
Después llegó Thor, el primogénito, en su
carro de bronce tirado por dos cabras.
—Hiéreme con tu maza, Thor —gritaba Balder.
Y la maza rebotaba contra su carne.
Así fueron llegando los doce dioses hermanos.
Y al ver la fortaleza del joven Balder reían y le abrazaban dichosos pensando
que estaba libre de la muerte.
Pero no todos ríen en el cielo. Hay un dios
bastardo, hermano de Odín, que se muerde los labios, despechado. El Loki, el
negro dios del mal, que odia en su corazón a Balder porque es la pureza y la
luz.
Loki, mientras los hijos de Odín abrazaban a
su hermano invulnerable, se disfrazó de doncella y entró en el palacio de
Friga. Estaba la blanca diosa preparando las copas de hidromiel para sus hijos.
La falsa doncella se acercó a ayudarle.
— ¿Qué hacen ahora mis hijos? —preguntó la
diosa.
—-Juegan arrojando sus armas contra Balder.
—Mi hijo es invulnerable. Todos los elementos
de la Naturaleza me han jurado respetar su vida.
— ¿Todos? —replicó la falsa doncella—. ¿No se
te habrá olvidado, ¡oh Friga!, pedir juramento a alguno?
—Sólo a uno —contestó la diosa—. Uno tan
pequeño, tan débil, que no podría hacer daño a mi hijo aunque quisiera. Es esa
planta verde que crece junto a la muralla de Oriente del Walhalla. El muérdago
es su nombre.
Cuando el traidor Loki supo esto salió sin ser
notado y, recobrando su forma natural, se encaminó al Walhalla. En la muralla
de Oriente encontró el muérdago, retorcido y verde; arrancó una rama, la
emponzoñó con su aliento y, aguzándole un extremo en forma de dardo, volvió a
la asamblea de los dioses.
En aquel momento regresaba Odín de su viaje.
— ¡Padre Odín! —gritó Nana al verle—. Mi
esposo, el hermoso Balder, está libre de la muerte. ¡Mira!
Y a estas palabras los dioses reanudaron su
juego, lanzando contra el hermano sus flechas, atacándole con sus lanzas y sus
hachas de combate. Balder reía, blanco y brillante como la luna llena.
Entonces Loki se acercó a Hoder, hermano
gemelo de Balder, que estaba sentado aparte, en silencio. Hoder no tiene ojos
porque es el dios de la noche.
— ¿Por qué no tomas parte en el juego? —le
preguntó Loki el traidor.
—Soy ciego —respondió tristemente Hoder—. Yo
no puedo hacer honor a mi hermano lanzándole mis armas.
—Yo guiaré tu brazo —replicó Loki—. Toma esta
rama de muérdago y lánzasela al corazón. Tu hermano se alegrará al verte
participar en su homenaje.
Y así se hizo. Hoder tomó en su mano la rama
verde y, guiado por Loki, la arrojó contra el hermano. La saeta de muérdago
silbó en el aire y fue a clavarse temblando en el corazón del dios.
Balder se llevó las manos al pecho abierto y
se desplomó hacia adelante. Un largo chorro de sangre manchó su vestidura
blanca.
Y un gran silencio de espanto sobrecogió a
todos. Odín se tapó el rostro con su manto; los hermanos, inmóviles, se miraban
unos a otros sin acertar a pronunciar una palabra. Hasta que el llanto de Friga
y el dolor a gritos de Nana vinieron a sacarles de su asombro. Pero de nada
sirvieron los llantos de la madre y de la esposa; de nada, el grito de venganza
de los hermanos; de nada, el poder y la sabiduría de Odín. El destino se había
cumplido.
Cuando Balder cerró los ojos se hizo la noche
en el cielo y en la tierra.
En la negra noche se celebraron los funerales
de Balder. A hombros de sus hermanos fue transportado el blanco cuerpo a la
orilla del mar y tendido sobre la cubierta de su navío varado en la playa.
El padre Odín y la madre Friga iban detrás del
hijo. Después las valkirias y los cuervos de Odín. Después, los gigantes de las
montañas. Y al fin, los enanos, las musicales «nises» del agua, los «elfos»
blancos y verdes.
Pero cuando los dioses trataron de poner a
flote el fúnebre navío, no fueron bastantes todas sus fuerzas. Hubo que llamar
para esta empresa al gigante Volcán, que llegó montado en un lobo y con tres
serpientes vivas arrolladas a la cintura. El gigante cogió entre sus manos los
costados del navío y lo lanzó sobre las olas.
Pero a su contacto el barco empezó a arder.
Entre las llamas, sin consumirse, más ardiente y blanco que nunca, brillaba el
cuerpo de Balder.
Nana, de rodillas en la playa, lloraba la
muerte del amado. Tanto lloró que su corazón se partió en pedazos. Entonces
Odín ordenó que fuera depositada sobre cubierta, al lado del esposo. Y arrojó
entre ellos su anillo de oro.
Sobre el oscuro mar, sin luna y sin estrellas,
brillaba más que el día el navío ardiente en que Balder y Nana hacían su viaje
al reino de los muertos.
Desde entonces los navegantes del Norte, los
fuertes vikingos, imitaron los funerales de su dios, haciéndose enterrar de
noche en una barca ardiente, y en el negro mar.
Pero he aquí que Friga, no pudiendo resignarse
a la eterna ausencia del hijo, convocó a los dioses y les dijo: ¿No hay entre
vosotros un valiente capaz de bajar al reino de los muertos a rescatar a
vuestro hermano? Tome el caballo de Odín el que se atreva.
Y el pequeño Ágil, mensajero de los dioses, se
adelantó diciendo:
Yo iré a buscar a mi hermano. Yo ofreceré a la
diosa de la muerte el rescate que pida. Dadme el caballo de mi padre.
Nueve días y nueve noches duró el viaje del
mensajero, siempre hacia abajo y hacia el Norte, a través de sombríos valles, y
precipicios sin fondo. Cuando llegó al rio del Silencio y atravesó su puente de
oro, los centinelas quisieron detenerle diciendo:
-¿Quién eres tú? Tu rostro no está pálido, tus
ojos brillan. Ayer pasaron por aquí cinco legiones de guerreros muertos y el
puente no temblaba debajo de sus caballos como tiembla ahora debajo del tuyo.
¿Quién eres tú?
— ¡Apartad! —Gritó el dios—. Voy en busca de
mi hermano.
Y diciendo esto, saltó sobre ellos. Y cabalgó
más aún en el abismo negro.
Y llegó ante las murallas de la muerte. Una
puerta de bronce defendía la entrada; tan alta era que los ojos no alcanzaban a
divisar el dintel. Ágil llamó tres veces con su lanza; el eco retumbaba dentro
como un trueno oscuro. Pero nadie respondió.
Entonces Ágil se apeó, apretó fuertemente la
silla y, volviendo a montar, clavó la espuela en los ijares del caballo que,
con un relincho furioso, se lanzó de un bote por encima de la muralla.
En el reino de los muertos, en un alto sitial,
hermoso siempre, pero pálido y quieto, estaba Balder. Nana, apoyada en su
rodilla, estaba sentada a sus pies.
Ágil llegó ante el trono de la blanca Hel, la
diosa de la muerte, y le habló de rodillas:
—Devuélvenos a mi hermano, ¡oh Hel! Todo en el
cielo y en la tierra está triste por su muerte.
La pálida Hel no se movió. Mucho tardó en
contestar; su silencio era blanco y frío como ella. Y dijo al fin:
—Si es verdad lo que dices, el joven dios
regresará a su reino. Vuelve, ¡oh mensajero!, y di a todas las cosas del cielo
y de la tierra que lloren por el hermano Balder.
Con estas noticias, Ágil se encaminó
nuevamente a los cielos. Odín envió heraldos por todas partes pidiendo a la
Naturaleza entera que llorase la muerte de Balder. Friga misma paseó sus
sandalias por la nube y la roca suplicando una lágrima por su hijo.
Y todo en el mundo—los hombres y los animales,
las plantas y las piedras, la yerba y los metales—, todo en el mundo lloró,
como lloran las cosas cuando hace frío y sale el sol.
Y sobre el rocío de la Naturaleza, Balder y
Nana fueron rescatados de la muerte y volvieron al reino de la luz.
Esto es lo que nos contaron los «escaldas»,
los antiguos poetas noruegos e islandeses.
Después, los nuevos poetas, que ya no saben
inventar leyendas, se limitaron a interpretar las palabras de los antiguos. Y
dijeron:
—Balder es el estío. Hoder es el invierno. La
blanca luz y la sombra ciega, son hermanas. Cuando el estío muere, Nana, la
diosa de las flores, muere con él. Y con ellos se entierra el anillo de la
fecundidad. Pero el rocío, la lluvia, el llanto triste del invierno, harán
renacer una y otra vez al dios de luz.
Y también dijeron:
—El traidor es pequeño, retorcido y venenoso
como el muérdago. Crece en nuestro propio huerto. Pero tan despreciable nos
parece que ni siquiera intentamos defendernos contra él. Por eso puede
herirnos.
Este es el pensamiento de los poetas nuevos.
Pero es más bello el canto de los antiguos
«escaldas».
[1] Es draupner, el anillo mágico que cada
nueve noches produce otro anillo igual, símbolo de la fecundidad.
[2] El otro hubo de entregarlo en la fontana
de Mimer a cambio de un sorbo de agua de la ciencia.
[3] Fórmulas mágicas inventadas por Odín, que
constituyen el lenguaje de los poetas y los dioses.
El mito explicado deja de ser mito, es decir, deja de ser poesía, por eso "es más bello el canto de los antiguos "escaldas" ". Hermosa leyenda de la época de los dioses del Valhalla
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